Capítulo tercero – Adiós amor

El sol apenas había salido la mañana de la partida y la plaza del pueblo se encontraba a rebosar de jóvenes con un cierto miedo en las caras, ropa ajada y el macuto en la espalda, rodeados por sus padres, sus madres, sus esposas e hijos. En el centro, el reclutador gritaba a voces los nombres de la lista.
- Paul Dowson.
- ¡Aquí, aquí!
La familia Dowson, junto con Jimm, se encontraba en la zona oeste de la plaza, el único sitio donde había sol a aquellas horas. La tía de Jimm, que se encontraba al final de sus días, no había podido ir a la partida de su sobrino.
- Le echaréis un ojo ¿Verdad?
- Tranquilo chico, hoy mismo la llevaremos a casa con nosotros.
- Muchas gracias Señor Dowson.
- Ahora sólo debéis preocuparos por el combate. Manteneos unidos y venceréis.
- No te preocupes, Padre. Con Jimm en nuestro bando no hay derrota posible.
- Sí... Vamos a darles una lección a esos mal nacidos.
"James Karter" gritaron desde el centro de la plaza.
- Aquí, señor -, grito Jimm alzando el brazo. Poco a poco, el reclutador fue acabando la lista y empezaron a disponerse en fila para marchar.
- Cuidaos hijos míos.
- No te preocupes, Madre. Sabemos cuidarnos muy bien.
- Yo le vigilaré las espaldas por si acaso, señora Dowson.
- Vigila también las tuyas.
Era el momento de despedirse, y mientras el señor y la señora Dowson le daban los últimos abrazos a su hijo, Anna, que se había mantenido callada todo el tiempo, estaba a punto de romper a llorar.
- Cuídate mucho durante nuestra ausencia, Annita -, le dijo Jimm, y como un imán, ella se le echó encima y lo abrazó. Era la primera vez que Jimm le hablaba, y para ella, la primera vez que se fijaba en su presencia. Ahora no sabía si llorar de pena o de alegría.
- Vamos Annita, debemos ir para protegeros a todos vosotros.
Es difícil describir lo que sentía Anna Dowson mientras veía a Jimm marchar junto a su hermano, después de haberse despedido. Por una parte, la pena que la invadía desde hacía días por la posibilidad de no volver a verlo, y por otra parte, la reciente alegría porque, aunque poco, Jimm le había hablado. Al final, cientos de lágrimas caían por sus mejillas mientras esperaba que Jimm, al igual que había hecho su hermano, se girara para dar el último adiós. Pero él no se giró, y Anna acabó viendo como desaparecía por el campo el amor de su vida, con la incerteza de si lo volvería a ver.

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