Amor a oscuras

Amor a oscuras es la historia de cómo Anna Dowson consigue el amor de su 'príncipe azul'. Un príncipe, que para ella siempre ha sido inalcanzable, pues ella era una niña y el casi un hombre. Ambientada en la época de la guerra de la independencia en América, que marcará un antes y un después para Anna y para Jimm, su 'príncipe'. Cuando el regrese de la guerra, descubrirá que un grave accidente ha cambiado la vida de la niña que siempre lo amo. ¿Acabará Jimm sintiendo el amor que Anna siente por él?

Capítulo primero - El héroe y la niña

Capítulo segundo - Silencio y lágrimas

Capítulo tercero - Adiós amor

Capítulo cuarto - Guerra y soledad

Capítulo quinto - Eternamente a oscuras

Capítulo sexto - La carta y la venda

Capítulo último - El 'Te quiero'

Capítulo último - El 'Te Quiero'

Los días después del regreso Jimm los pasó en casa de los Dowson, riendo y fumando con su grandísimo amigo Paul, y sólo los dejaba por las noches, cuando iba a dormir a la antigua casa de su tía. A diferencia de lo que le sucedía antes de su partida, ahora Jimm hablaba con Anna siempre que la veía, que eran muchas veces, y ésta casi siempre le sonreía y le contestaba, aunque con voz débil.
El principio de esta grandísima historia de amor comienza la mañana del quinto día del regreso de Jimm Karter. Anna Dowson bajó hacía el salón bien entrada la mañana. Abajo, el señor Dowson, Paul y Jimm conversaban elocuentemente, hasta que escucharon bajar a Anna y se callaron de repente.
- Buenos días, hija.
- Buenos días, Anna.
- Hola, buenos días a todos -. Anna cruzó el salón y salió por la puerta trasera, camino del establo. Jimm, se levanto entonces y la siguió.
- He estado pensando -, empezó a decir Jimm cuando la alcanzó, aun a medio camino -, que desde que he vuelto no me has dicho si te alegras o no de mi vuelta. Lo digo porque en la carta...
- Claro que me alegro Jimm. ¡Me alegro muchísimo! -, lo interrumpió ella.
- Me gusta tu sonrisa, ¿sabes? Estás tan guapa cuando sonríes.
- Gracias Jimm.
Anna comenzaba a ponerse nerviosa. Jimm se había ido acercando y ella podía notar su respiración.
- ¿Tú me quieres, Annita?
Jimm le había cogido la mano derecha. Anna estaba tan nerviosa y descompuesta ante la situación que al intentar gritar que sí, que por supuesto lo quería y lo amaba, tan sólo un sordo ruido 'bbbb...' fue lo que Jimm escuchó.
- Anna Dowson. ¡Cásate conmigo!
Y sin esperar respuesta la besó en los labios. La besó larga y apasionadamente, mejor incluso de como Anna había soñado tantas y tantas noches pasadas. Continuaron besándose una y otra vez durante largo rato; luego Anna intentó hablar, quería confesarle todo lo que sentía por él, pero Jimm le tapó la boca con su dedo índice -'shhhh', dijo -, y comenzó a besarla en el cuello.
- No aceptaré un no por respuesta, Annita -. La estiró del brazo hasta llegar al establo y allí continuaron besándose, sin prisas.
***
He aquí el comienzo de la historia de amor entre Jimm y Anna. Al mes de aquel día los dos enamorados se casaron, en un día perfecto para Anna, que vio como su sueño después de tanto pasado, se hacía realidad. Lo vio con el corazón, lo vio con su cuerpo.
***
Cuenta la historia que Anna siempre había amado a Jimm, pero que éste, sólo comenzó a quererla cuando su cuerpo fue un cuerpo de mujer. Al final, Jimm se enamoró de ella, sin importarle que Anna hubiese perdido la visión y los ojos; y ella siguió amándolo, ahora ya no en secreto, tan sólo manteniendo la imagen de su amor que recordaba de sus años de niña.
Queda para los curiosos, contar que la misma noche de aquel primer beso, Anna se escapó de casa, y con la única ayuda de un bastón llegó a casa de Jimm, y se acostó con él. Aquella noche hicieron el amor con la pasión y la locura de dos jóvenes enamorados.
Pocos días antes del casamiento, el padre se enteró de que Anna estaba embarazada, y su enfado con Jimm fue tremendo, aunque en el fondo se alegraba de que su hija hubiese encontrado a su amor.

Capítulo sexto - La carta y la venda

Los días pasaban tan monótonos y lúgubres para Anna, que no sabía dónde estaba. Desorientada tanto en tiempo como en lugar, ahora deseaba morir antes que cualquier otra cosa. Continuó así hasta que la noticia de que los patriotas ganaban y pronto volverían a casa la puso de nuevo a pensar en su amor. Una tarde, el señor Dowson regresó con una carta. Era de Paul y Jimm. En ella, únicamente decían que habían ganado y que regresarían en diez días.
- ¿Diez días?
- No. La carta tiene fecha de hace una semana. Por lo que deben faltar unos dos o tres días para que lleguen.
La inminencia del regreso de los muchachos había causado mucho ajetreo en el pueblo. Incluso Anna estaba muy nerviosa. Empezaba a desear que Jimm no volviera, sólo porque no quería que la viese en su estado... pero era inevitable.
La mañana del día en que regresarían los chicos Anna se despertó muy temprano, la verdad es que no sabía ni si había llegado a dormirse. La noche anterior, había estado pensando la manera de esconder sus ojos, y escogió un pañuelo largo, liado a modo de venda en la cabeza, de manera que le tapara sólo los ojos, y atado con una pequeña lazada en la nuca. Aquella mañana la pasó en el salón, hasta que llegado el medio día el sonido de cascos acercándose le aceleró el corazón.
"¡Ya están aquí!", gritó una y otra vez hasta que sus padres llegaron y la ayudaron a salir al porche de la casa. Paul acababa de desmontar del caballo en que había llegado. La madre corrió a abrazar a su hijo.
- ¿Cómo te encuentras, querido hijo? Qué orgulloso estamos de ti.
- Todo a ido perfecto, padre. Incluso fácil.
- Pero díme una cosa, hijo, ¿por qué no ha venido Jimm contigo?
- ¿Dónde está Jimm? ¿Por qué no está Jimm? -, comenzó a gritar Anna al enterarse de que aun no había regresado. El corazón le daba un vuelco.
- Tranquila hermanita. Jimm está ahora en la plaza. El viejo sheriff quería hablar con él. Regresará para la comida seguro. Pero... díme Anna, ¿por qué llevas ese pañuelo en la cara?
- Tranquilo hijo. Entra en casa y tu padre y yo te lo explicaremos.
La señora Dowson acompañó entonces a su hijo hacía adentro de la casa, seguida por su esposo. Mientras, Anna se quedó afuera, jadeando, y se sentó en el tercer de los tres peldaños que tenía el porche para acceder.
Pasó un rato, no mucho, hasta que otro sonido de cascos llegaba a Anna, que esta vez se mantuvo callada, expectante. Escuchó cómo se detenía, y alguien bajaba del equino. Luego pasos que se acercaban a ella, hasta que se detuvieron. Hubo un silencio... Anna aguantaba la respiración. Esperaba que algo sucediese...
...
- Vaya, Annita, cómo has crecido. La verdad es que al principio no te había reconocido. ¿Por qué llevas ese pañuelo?
Anna no dijo nada.
- ¿Es un juego?
Jimm alargó entonces la mano hasta el pañuelo y lo estiró hacia arriba, pero Anna, rápida, lo agarró con ambas manos impidiendo que se lo sacase.
- Está bien, como quieras -, y le soltó un beso en la frente mientras le acariciaba con la mano la mejilla. Luego entró en la casa, aunque Anna siguió sentada en el escalón, callada, más por no poder hablar que por no saber que decir. En ese momento, sintió miedo de que Jimm estuviese allí, de que pudiese rechazarla por ser ciega.
Poco más tarde estaban todos dispuestos para comer en la mesa de la familia Dowson. Después de bendecir la mesa comenzaron a comer.
- Podría alguien explicarme, por qué Annita todavía lleva ese pañuelo en los ojos. Por Dios. No sé cómo puede ver de esa forma.
Hubo un largo silencio en que la señora Dowson miró a su esposo y su hijo. Luego dijo:
- Fue un accidente, hará ya casi diez meses. Perdió los ojos.
Siguió el silencio. Jimm dejó escapar una sonrisa de incredulidad, pero el señor Dowson asintió con la cabeza. Jimm dejó de sonreír y fijó su mirada en su plato de comida. Luego miró a Anna, que seguía callada y apenas comía, como compadeciéndola.
El resto de la comida fue tenso, pues nadie se atrevía a decir nada. Sólo al atardecer, cuando Anna ya se había marchado a dormir, Paul y Jimm comenzaron a contar las mil y una historias a las que habían sobrevivido en la guerra.

Capítulo quinto - Eternamente a oscuras

Era un espléndido día primaveral, tan espléndido que nadie podía imaginar la tragedia que se avecinaba.
Ya hacía más de un año que los chicos se habían marchado a la guerra y parecía ser que pronto volverían. Anna estaba relativamente feliz ante la noticia de que podría ver a Jimm bastante pronto, añadiendo a eso que dentro de un mes haría sus catorce años.
Volvía aquella mañana de recoger flores en la pradera y decidió cruzar por en medio del campo de maíz de su familia. Las plantas llagaban casi a los dos metros de altura por lo que la visión era mala. El padre estaba en la cuadra cuando la tragedia sucedió, y la madre en la cocina preparando el almuerzo. Sucedió que de pronto hubo un potente y desgarrador grito. Era de Anna, algo le había sucedido en el campo de maíz. El señor Dowson salió de la cuadra, y espantado acudió al foco de los ya más leves pero aun dolorosísimos gritos. Cuando el señor Dowson encontró a su hija entre el maizal, ella estaba tirada en el suelo lleno de flores, con las manos tapándose una cara ensangrentada. Un poco más allá en el suelo había un rastrillo del arado lleno de sangre. Ella seguía gritando de dolor mientras su padre no podía asimilar lo que veía. Su hija se habría caído, y se habría clavado las zarpas del rastrillo en los ojos. Se echó a su lado, intentando hacer algo sin hacerle más daño y profiriendo lamentaciones a Dios. Al final, la cargó en brazos y la portó hasta casa mientras Anna continuaba gritando, dejando un rastro de sangre que no dejaba de salirle por las cuencas de los ojos.
Cuando llegó el médico, sólo pudo curarla y vendarle los ojos, y decirle lo que ya sabía: que había perdido los ojos y no volvería a ver nunca más.
Pasaron largas semanas en que Anna no salió de su habitación, no hablaba, apenas probaba bocado. Sentada en la cama, a oscuras, dejaba pasar el tiempo esperando que algo pasara... pero no pasaba nada.
A pesar la gran desafortunada tragedia, Anna seguía pensando en Jimm, ahora más que nunca pensaba en la última vez que lo vio, y que resultaba ser la última vez que lo vería. Ahora sabía con certeza que ella y Jimm nunca estarían juntos como en sus sueños, por mucho que hubiese crecido en ese tiempo. porque aunque lo cierto es que la pequeña Anna parecía ya casi una mujer, sabía que Jimm no amaría a una ciega.

Capítulo cuarto - Guerra y soledad

La guerra, como cualquier guerra, no fue buena para nadie, aunque tanto Jimm como Paul seguían sobreviviendo a la muerte.
Pasaban meses y más meses, y por otro lado Anna se encontraba cada vez más sola, pues su mejor amiga, Lissy, se había casado con un hombre que le doblaba la edad para poder subsistir, y ahora Anna se pasaba los días paseando por los cultivos de su familia, a veces ayudando a sus padres con la siembra o los animales. Su cuerpo seguía en aquel pueblo pero su mente estaba muy muy lejos. Estaba con él. Cada noche soñaba con su retorno, con poder volver a abrazarse a su cuerpo como hiciera el último día; y cada mañana se despertaba bien temprano, con la esperanza de verlo abajo en el salón.
Fue al cuarto mes cuando la anciana tía de Jimm falleció, dejándolo solo, pues sus padres habían muerto cuando él era muy pequeño. El señor Dowson decidió que debían escribirle para que conociese la mala noticia, y enseguida Anna pidió ser la que escribiera la carta.
La carta que Jimm recibió, semanas más tarde, mientras le curaban una pierna herida, estaba llena de mensajes de apoyo y deseándole que volviese pronto para volver a verlo. Sólo en una postdata Anna le escribía que su tía los había dejado. Animó mucho, el escribir esa carta, a Anna, pero a las pocas semanas volvió a su apenada rutina, porque bien es cierto que Jimm no escribió carta de vuelta.

Capítulo tercero – Adiós amor

El sol apenas había salido la mañana de la partida y la plaza del pueblo se encontraba a rebosar de jóvenes con un cierto miedo en las caras, ropa ajada y el macuto en la espalda, rodeados por sus padres, sus madres, sus esposas e hijos. En el centro, el reclutador gritaba a voces los nombres de la lista.
- Paul Dowson.
- ¡Aquí, aquí!
La familia Dowson, junto con Jimm, se encontraba en la zona oeste de la plaza, el único sitio donde había sol a aquellas horas. La tía de Jimm, que se encontraba al final de sus días, no había podido ir a la partida de su sobrino.
- Le echaréis un ojo ¿Verdad?
- Tranquilo chico, hoy mismo la llevaremos a casa con nosotros.
- Muchas gracias Señor Dowson.
- Ahora sólo debéis preocuparos por el combate. Manteneos unidos y venceréis.
- No te preocupes, Padre. Con Jimm en nuestro bando no hay derrota posible.
- Sí... Vamos a darles una lección a esos mal nacidos.
"James Karter" gritaron desde el centro de la plaza.
- Aquí, señor -, grito Jimm alzando el brazo. Poco a poco, el reclutador fue acabando la lista y empezaron a disponerse en fila para marchar.
- Cuidaos hijos míos.
- No te preocupes, Madre. Sabemos cuidarnos muy bien.
- Yo le vigilaré las espaldas por si acaso, señora Dowson.
- Vigila también las tuyas.
Era el momento de despedirse, y mientras el señor y la señora Dowson le daban los últimos abrazos a su hijo, Anna, que se había mantenido callada todo el tiempo, estaba a punto de romper a llorar.
- Cuídate mucho durante nuestra ausencia, Annita -, le dijo Jimm, y como un imán, ella se le echó encima y lo abrazó. Era la primera vez que Jimm le hablaba, y para ella, la primera vez que se fijaba en su presencia. Ahora no sabía si llorar de pena o de alegría.
- Vamos Annita, debemos ir para protegeros a todos vosotros.
Es difícil describir lo que sentía Anna Dowson mientras veía a Jimm marchar junto a su hermano, después de haberse despedido. Por una parte, la pena que la invadía desde hacía días por la posibilidad de no volver a verlo, y por otra parte, la reciente alegría porque, aunque poco, Jimm le había hablado. Al final, cientos de lágrimas caían por sus mejillas mientras esperaba que Jimm, al igual que había hecho su hermano, se girara para dar el último adiós. Pero él no se giró, y Anna acabó viendo como desaparecía por el campo el amor de su vida, con la incerteza de si lo volvería a ver.

Capítulo segundo – Silencio y lágrimas

- Ya está.
- Aquí está padre. Alistados para la guerra. Mire, mire.
- Sí. Hijo mío, Jimm, ambos sois jóvenes y fuertes y defenderéis la patria con coraje y valor. Estoy muy orgulloso de ti, Paul. Y tus padres, Jimm, también lo estarían de ti.
- Muchas gracias señor Dowson.
- La guerra para la independencia será larga, pero ganaremos..., ganaréis.
- Mandaremos a esos ingleses al infierno, Padre.
- Venga Paul. Vamos a decírselo ahora a mi tía. Se alegrará mucho.
- Sí, vayamos. Hasta luego padre. Adiós Anna.
- Adiós...
Anna estaba en el salón, justo por detrás tenía el recibidor, donde Jimm y Paul habían estado hacía un instante. El señor Dowson atravesó el salón hacia la cocina y desapareció tras la puerta. Anna siguió cosiendo en la butaca tapizada durante un tiempo, luego se levantó, y se disponía a salir cuando alguien llamó a la puerta.
- Debe ser Lissy.
En efecto. Cuando abrió la puerta Lissy esperaba detrás con una despampanante sonrisa.
- Salgamos a dar un paseo por el campo. Tengo algo que contarte.
- Sí. Ahora mismo iba a salir a buscarte.
_
Un rato más tarde las dos chicas caminaban por entre la espesa y alta yerba.
- Jimm va a ir.
- Lo sé. Él y Paul se lo han dicho a mi padre esta mañana.
- ¿Y que vas a hacer?
- Nada ¿Qué quieres que haga?
- El hombre de tus sueños se va a la guerra y tú no vas a hacer nada...
...
- Anna... tienes que decírselo. Puede que no vuelvas a verlo jamás.
Anna se tiró al suelo y estalló en un llanto fuerte y sonoro. Su amiga se echó sobre su espalda para intentar consolarla, y tras un buen tiempo Anna dijo entre sollozos:
- Volverá. Volverá y entonces yo seré mayor y dejaré de ser invisible para él.
- Él también será más mayor. O puede que para cuando vuelva tu ya no le ames, o te hayas casado con alguno de los que se quedan.
- Yo nunca dejaré de amarlo. Cuando vuelva estaré aquí esperándolo, pues mi padre no me casará con quién yo no desee.
Allí sentadas en medio de aquella pradera pasaron discutiendo sobre Jimm y sobre el amor secreto que Anna le profesaba, hasta que el sol llegó a lo mas alto y fue el momento de regresar para la comida.

Capítulo primero – El héroe y la niña

- Vamos Dave, Paul. Os toca a vosotros
El chico menudo de cara pecosa se levantó de un salto y con grandes reflejos asió el largo bastón de madera que Jimm le lanzaba. Enfrente, Paul ya le esperaba en pie, con otro palo en la mano derecha.
- No te fíes del pecoso, Paul. Es muy ágil.
- ¿En serio crees que este niño puede vencerme, Jimm?
Y acabando de decir esto último, Paul empezó a avanzar rápidamente hacia su adversario, con su arma siempre delante balanceándola de derecha a izquierda, de izquierda a derecha nuevamente... zas. Un gran golpe se perdió en el sonoro aire, donde antes Dave había aguardado. Con mucha habilidad, el chico esquivó el golpe y lanzó uno hacia Paul, que ahora estaba casi a su lado, golpeándolo en el muslo.
- Te lo dije.
Dave retrocedió unos metros. Paul parecía ofendido. Avanzó de nuevo al ataque, y batiendo su bastón de abajo a arriba con gran fuerza y velocidad, chocó contra el bastón de Dave, que intentando defenderse había puesto ante él, asido con ambas manos. Pero fue tan violento el golpe que Dave no aguantó y su bastón salió volando. Paul había ganado.
- ¿Qué decías Jimm?
- Muy buena. Muy bien amigo. Pero ahora vas contra mí.
- Eh... bueno, un día de estos acabaré ganándote.
- Es posible, pero hoy no será ese día.
Poco después Paul y Jimm se batían en duelo. Hay que decir que Paul le puso muchas ganas, pero ante Jimm poco pudo hacer. Demostrando la habilidad y el ingenio que tanta fama le daban, y utilizando sólo golpes defensivos ante el ataque de su rival, dejó a Paul tendido contra el suelo y desarmado en apenas unos segundos.
- Creo que es hora de comer -, dijo Jimm mirando al cielo y dejando caer su bastón. Ayudó a Paul a levantarse y todos, un grupo de unos diez jóvenes varones, se dirigieron hacia las casas del pueblo.
_
Unos cincuenta metros metros más allá, desde el porche de una de las casas del pueblo, las chicas cotilleaban y reían, algunas más pendientes que otras del juego de lucha que mantenía ocupados a los chicos.
- Deberías decírselo de una vez por todas, Anna; antes de que elija a otra.
- No. No puedo.
- Pues entonces olvídate de que se fije en ti. A veces a los chicos, hay que ponerles las cosas delante de los ojos y claras para que se den cuenta de lo que hay.
- Me dirá: “Sólo eres una niña”. Y es verdad. Cinco años menos son muchos años y seguro que no se ha fijado en mi ni una sola vez.
- Tu hermano es su mejor amigo. Seguro que se ha fijado en ti varias veces. No esta ciego... No llores cariño. Él te quiere mucho, aunque tú no lo sepas.
- No. Jimm nunca me amará, Lissy. Tú lo sabes. Nunca.
Y comenzó a llorar, como ya tantas veces antes había llorado: escondiendo sus grandes ojos verdes tras sus manos, intentando que nadie salvo su gran amiga Lissy la viera.
- Ya es la hora de comer, chicas -, gritó Jimm cuando el grupo se acercó al porche. Algunas soltaron una risita, pero todas sonreían a un chico u otro, incluso Anna, que se limpiaba las lágrimas apresuradamente, siguiendo a Jimm con la mirada, esperando que éste la mirase o le hiciese algún gesto elocuente... Pero únicamente pudo observar como marchaba al frente del grupo, bromeando y riendo con dos chicas más mayores que él... Y sus vanas esperanzas siguieron desvaneciéndose.